





Relatos




Juan.
Juan se dedicaba a regalar recuerdos. Ese era su “poco común” oficio. Sacaba de algún lugar de su memoria recuerdos vividos y los revivía en los momentos más dolorosos.
Juan no era un molesto memorioso, de aquellos que pueden recordar el número de teléfono de su primera novia. Ni en el que convergen las miradas en busca de algún recuerdo de hace años atrás…
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Por el contrario, Juan tiene el detalle de cargar en sus bolsillos varios papeles con números de teléfonos y direcciones, sin nombres, y los guarda con la esperanza de recordar algún día a quien pertenecían. Es de los que apenas y con un gran esfuerzo, recuerda su propio numero de documento.
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En la memoria de Juan se archivan imágenes plenamente vividas. Amaneceres en el mar. Abrazos de alma a alma. Desafíos vividos en complicidad, donde el amor se refugia y vive. Miradas. Y esos “te quieros”, utilizados en distintas situaciones y lugares donde uno nunca más vuelve a ser el mismo. Fotos de momentos creados y compartidos y gozados hasta el infinito. Donde pudimos contemplar y vivir, plena y absolutamente la felicidad.
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El don de Juan, no es claro está, esta característica mental, común y admirable, sino que su milagro se completa en regalarlo en los momentos justos. En los momentos límites, donde un puñado de palabras cambia el lugar a transitar. Exactamente cuando se escogen caminos. Y si no hay que elegir, poder transformar la oscuridad, en una noche plagada de estrellas.
Gracias Juan……. Gracias…… Gracias por tantas estrellas.
Guitarra y música: Eugenio Moschini. Voz y texto: Gabriel Marcomini.
Extraído del programa de radio "El Tren". Año ¿2004? Gracias a mi querido amigo y conductor Gustavo Sombra.

EL SEÑOR GOMEZ.
El señor Gómez, deambula por alguna calle, de alguna ciudad, de algún país, de algun país, pero de este universo.
Dicen que en su bolso de arpillera, sucio, rotoso, cansado. Lleva pequeñas cositas que la gente va desechando; Saludos no correspondidos, miradas sin retorno, preguntas que no nos atrevemos a hacer, porque duele demasiado su respuesta, besos lanzados al vacío. Actos de amor, que murieron en tachos de basura.
El señor Gómez transita estos lugares buscando su propia pena y ha encontrado tantas otras, que ya no sabe cual es la suya. Su espíritu veraz, buscador y solidario, no le permite dejar tirado semejantes encomiendas. Porque piensa, y cree y está convencido que estas, pequeñas cositas, no pertenecen a la basura.
El vagabundo señor Gómez, no comprende el rechazo que él genera. Su cuerpo sucio, hediondo y agotado por su carga. Su barba amarillenta, abandonada a las lágrimas. Sus manos doloridas y deformadas por sujetar semejante peso de su bolsa. Su cuerpo encorvado por el dolor de los pasos y su carga. Genera que la gente… que nosotros no podamos…no queramos mirarlo a los ojos.
El penoso Señor Gómez, pena las penas de los que olvidan. De los que no se quieren ver. De los que se apartan de si mismos y eligen cobardemente vivir exiliados de su propia esencia.


Guitarra y música: Eugenio Moschini. Voz y texto: Gabriel Marcomini.
Extraído del programa de radio "El Tren". Año ¿2004? Gracias a mi querido amigo y conductor Gustavo Sombra.

ENCUENTRO
Se vieron casi por instinto. Y sus miradas no pudieron evitar el encuentro. El tiempo se detuvo y el espacio fueron ellos.
Y sus cuerpos, testigos y participes de cimbronazos de emociones, no pudieron, eximirse del contacto.
Sus sexos en latencia despertaron y crecieron, y tampoco pudieron excusar la conexión.
Y entonces, lo real se hizo etéreo, y los sueños se desplegaron hasta cubrir el horizonte y… ¡qué pequeño es el universo cuando vivimos infinitos!.
Las palabras callaron cuando sus bocas se abrieron lamiéndose con amor sus corazones. Y abriéndose sin despojos los pechos hasta el cielo y hasta el alma. Permitiendo el intercambio. Aventurándose a la creación.
Pero la conciencia… ¡Ay! la conciencia… furiosa gritaba moralidades al vacío. Predicando como un pastor colérico en su templo, acusaba el atrevimiento, encarcelando su milagro entre morales y éticas.
¿Si fue real o no? Quién lo sabe. Mi mente juega entre mis deseos y realidades. Quizás como venganza de aquella noche donde los templos de la razón, quedaron vacíos.




Cicatrices.

Las cicatrices son como tatuajes naturales de algunos pasos desafortunados en nuestro tránsito por la vida. Surcos o estrías que aparecen en nuestra piel para recordarnos eternamente ese momento. Es verdad que las heridas que uno se hace de pequeño en gran parte suelen desaparecer. Es como si hasta nuestra propia piel, nos perdonase la imprudencia del acto.
Hablo de cicatrices que no fueron algo dramático en nuestras vidas, sino de aquellas provenientes de torpezas o infortunios más habituales en la infancia, pero que cuando se hacen de adultos, el cuerpo no se olvida y uno tampoco.
Son curiosas las cicatrices, son como huellas dactilares que en cierta forma nos definen. Y aunque algunas de ellas puedan quedar ocultas por la ropa, también hay otras, que se ostentan impunes en nuestro rostro abierto al mundo.
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Lo cierto es que ayer tuve un accidente. No soy torpe, ni distraído, tampoco los sufro habitualmente. Por poner ejemplos y sin buscar consuelos, tengo un amigo calvo que habitualmente se golpea la cabeza con tal violencia que se hace importantes cortes. Es habitual en él. Quien lo conoce sabe que es muy probable que al estar con él le pase.
¿Quién sabe qué rituales tiene cada uno en su vida? pero lo de él, es realmente llamativo y visual porque su calvicie parece un cuadro de Pollok. También tengo otros amigos que su cicatriz sugiere un TA TE TI o Tres en raya sin resolver. Cada uno con su historia y su anécdota. Estoy seguro, que mientras me lees, también recordarás la tuya.
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Lo mio no fue nada grave, ninguna tragedia afortunadamente. Sólo un golpe en el rostro que me llevó dos puntos en la frente, rayones importantes en el pómulo, en la boca y en mi próspera nariz. Nada que el tiempo no cure pero quedarán mis nuevas bragaduras hasta la muerte. Es inevitable debido al porrazo que me di contra un árbol.
Es difícil explicar qué me pasó. No por la complejidad del accidente, sino por una cuestión de orgullo. La verdad es que me llevé por delante un árbol mientras caminaba. ¿Las excusas? Las prisas, el llegar tarde, el salir dormido, mis hijos (que siempre son una buena excusa), y todas las que me pueda imaginar y reconforten con cierto consuelo. Pero ninguna es la verdad.
Boludo, es una palabra que define casi a la perfección la verdad del hecho. Así, sin anestesia y sin falsos consuelos. Boludo es más que la suma de cada una de sus letras, por eso no hay ningún sinónimo que refleje su concepto. Imposible de traducir. Tengo que aceptarlo, aunque me queme el orgullo. Es la única forma de seguir adelante sin chocarme contra árboles o cualquier cosa que se interponga en mi camino.
Ya está, me acepto como tal. Aunque no delante de cualquier desconocido. Porque aunque se que a todos nos ha pasado, tampoco es necesario gritarlo a los cuatro vientos. Es curioso ver como se acerca la gente a preguntar. Se entiende que se hace por una cuestión de cariño e importancia. Pero cuando la respuesta honesta es como pegarse los dientes contra un canto, la pregunta duele. No por la pregunta en sí, sino por el orgullo que todo boludo necesita resguardar. Por ello, suelo quedarme callado un poco más de lo normal y he comprobado que muchas personas se responden su misma pregunta. Es notable la imaginación de la gente. Las hipótesis que se imaginan y sueltan por la boca sin detenerse a pensar que habla más de ellos, de lo que quieren saber de mi. Sin embargo prefiero callar, cualquier versión es menos dolorosa que la original en este caso. Este elevado número de versiones ha llevado a una confusión general. Por eso prefiero escribir la verdad de los hechos para los que leen, que siempre se acercan un poco más a la intimidad.
Dicho lo dicho, ¿Ahora qué? No soy una persona que se quede con una sola respuesta, porque la verdad tiene varias certezas previas. Soy mas bien, de los que van a la profundidad. Los que siguen buscando lo que hay debajo de cada capa. Sin obsesiones ni demasiado misticismos, pero con la honestidad que me merezco hacia mi mismo.
Sin ánimos de extenderme en este pseudo relato, puedo decir después de mucho reflexionar, que muchas veces voy por delante de donde estoy. Claro ejemplo de lo que sucedió. Quería estar en la esquina y estaba en la mitad de la calle y justo delante de mi, estaba el árbol. Que nada entiende de tiempos, prisas y estrés. Esperándome paciente, para dejarme esta cicatriz como eterno tatuaje del presente.



¡PUM!


Cuando la luz pasa a través de un prisma, descompone el rayo en sus colores primarios. Es como ver todas las versiones del rayo al mismo tiempo. Nos entrega una visión tridimensional de su existencia.
Hay momentos de la vida, en que me ha tocado transitar hechos que ejercen el mismo efecto en mi. Dejan en evidencia todas mis versiones primarias. Así, al descubierto, quedo vulnerable y frágil. Exponiendo todo lo que me compone a simple vista. Desde mis bondades hasta mis miserias. Estos hechos que me transforman, me descomponen, cambian mi rumbo y hacen que ya nunca pueda ser como era antes. Y entonces, desde la descomposición, desde el romperme en tantos pedazos que ya no pueden volver a unirse, me voy transformando en otra versión de mi mismo.
Inmerso en resiliencia absorbo océanos de dolor. Gracias a ella, puedo transitar oscuridades frías y tenebrosas. Así es la verdad. Dolorosa y a la vez liberadora. Que me impulsa con la tensión de su arco hacia mi nueva versión, que voy forjando como puedo, según las decisiones que armen mi destino desde la incomodidad del barro.
Pero cuando las brújulas enloquecen, cuando se nubla y se confunde el cielo con el fondo del mar, cuando se da vuelta el barco ¿Cuál es mi referencia? ¿Cuál es la estrella que orienta mi rumbo? Si la miseria tiene más razón que la bondad. ¿A cuál escucho? ¿Con cuál de ellas elijo?
Bien adentro donde estoy, ya tampoco tengo refugio. Lo que queda de mi está destrozado y en ruinas. Mis grandes certezas se derrumbaron impasibles llenando todo de polvo. Y ahora todo huele igual. Hasta la inocencia es sospechosa.
Entonces ahora, ya no sé quién seré, después de acabado yo mismo.


Que lindo sería.
Que lindo seria hacernos un poquito bien. Que bien nos vendría sentirnos mejor, un poco aunque sea. Cerrar la puerta para que no nos entre tanto el frió, para que no nos enfriemos en caricias ni en abrazos.
Qué bien que nos haría templarnos un poquito el alma, dejarnos encender, quemarnos sin matarnos.
Y vibrando resonar, así como el viento entre las doradas hojas de los álamos.
Que bien nos haría recordar, pasarnos de nuevo por el corazón, y despojarnos de la cobardía del no dejarnos querer, del impedirnos entrar. Del no atrevernos a ser.